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miércoles, 28 de enero de 2015

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En el subte
un nene jugaba
con un gorro de lana
sobre el regazo de su madre.
Buscaba
los ojos, sonreía
y lo dejaba caer.
Nacían las dulces quejas,
las personas preferían perderse en
mensajes con falta de ortografía.
Lo agarró.

Un anciano sentado al lado
tironeaba
del gorro e intentaba regresar
a esa niñez de cálidos besos en la frente
y rodillas lastimadas
tras caer
de la bicicleta
«Mamá, ya estoy grande.
No quiero más bici con rueditas».

Reía y, por primera vez no le importaron
sus pocos dientes.
Lo que hubiera dado por gritar:
«Es mío».
Observaba al nene desesperado
por tenerlo, temía
que rompiera en el llanto,
dejó que
ganara.

El nene,
sin apartar la vista del anciano
volvió
a ponerse el gorro.


Por:
Maximiliano Braslavsky