Si te
viera tu mamá dibujando corazones en las paredes de su cuarto con el marcador
rojo que te compró papá para la clase de plástica…
Posás
los ojos en la elevación del trazo que de pronto desciende. No te atrevés a
pestañar hasta terminarlo. Suponés que te alejará de las líneas aún sin hacer.
El
primero, ya ésta. ¿Pensás que ella al descubrir ese dibujo lo volverá a besar? No
te gastes en mirar hacia atrás, ni tampoco a los costados..., no hay nadie.
Ahora,
te sentís culpable. ¿Y cómo no estarlo? Arruinaste con tus dotes de artista
precoz la pared nueva. Pasás la lengua por tus labios que tiemblan, sin
atreverte a ver el poco color que ofreciste. Te rascás la nariz, observás los
cuadraditos que componen las baldosas del suelo. ¿Los contaste? ¿Te doy una
pista? Son más de cien.
¿Por
qué no dibujaste el silencio que estas acostumbrado a oír? El que surge cuando
se llega al final de un libro y no hay letras que se mezclen. ¿Cómo lo harías?
¡No
busques mi voz en el comedor! Menos intentes huir desesperado hacia tu
escondite, donde te ahogás en el odio, por no saber cómo explicar la necesidad
de que todo sea como antes. Sólo dignate a responderme. Tu boca se va abriendo,
despacio como un ave que emprende vuelo.
-
No lo dibujaría, para mí el silencio es una
pared blanca.
Escuchás
la manija de la puerta principal moverse de arriba hacia abajo. Dejás salir un
suspiro, otro, otro y otro hasta verte envuelto en la agitación. Ya no podés
pensar, tenés miedo. La única solución es esconderte bajo la cama. ¡Andá, pero
no te olvides de tirar el acolchado así te cubrís los pies!
Cada
paso retumba en tus oídos. Tu madre es la primera en entrar. Lo único que observas
son sus rodillas desparejas y, apenas, el final del vestido azul. Seguido, unos
zapatos blancos de hombre que se acercan al principio de la cama. Se detienen. No
es tu padre, ya que jamás le gustaron los de ese color. Según dice: «Son los que más fácil se manchan».
Además, cuando se acercó lo hizo con aquella lentitud que a él lo irritaría. Estás
decepcionado. ¿Dónde está papá? ¿Por qué ella entró con ese?
Una
lágrima rueda por tu mejilla, luego varias, hasta cegar tus ojos. Estás
tragándote el dolor. No te importa ser descubierto, porque el plan de
reconciliarlos sin decir una palabra, falló.
Tu
mamá ve el corazón gigante dibujado en la pared. Tenés miedo de que se arranque
todos los pelos. El desconocido, inmóvil.
-
¡Guille, Guille, Guille! – grita, desesperada.
Listo, ¿para qué seguir escondiéndose? Lo
único que vas a tener que resistir son esos alaridos que callan cuando su voz
se quiebra. Salís de a poco. Primero sacás la cabeza y acto seguido, todo el
cuerpo. Te cuesta levantarte, pero al ver sus facciones frías, te pones de pie.
- ¿Qué hiciste? ¿Te volviste loco? ¡Pero! Me
costó un montón de plata pintar de nuevo la pared.
- Perdón -bajás la cabeza, pero la duda te
penetra. Necesitás saber quién es ese hombre que viste de traje y sin hablar
observa la situación-. ¿Quién es él?
-
El es un amigo que me está ayudando con todo
esto.
Lo
entendés o eso creés. En vez de papá, está ese. Necesitás oírlo de aquellos labios,
pintados de rojo fuego. Fijás la vista en su mirada. Por si al mentirte sus
pupilas se escapan. Preguntás:
-
¿Qué es «todo eso»?
Te
hace sentar en la cama y acaricia tu pelo enmarañado.
- Bueno…, mirá con… papá. ¿Vos querés que mami
se ponga tristona? Si ella está mal, nadie recibe regalos, ni chocolates,
tampoco chupetines y menos figuritas. No queremos eso. Yo necesito seguir mi
vida…, sola, digo juntos…, digo… él es tan bueno…
- ¿Por qué se fue, mamá?
Ella
siente la necesidad de terminar la conversación y recurre a la frase que todo
niño odia:
- Cosas de grandes, ¿viste?
Ya es
de noche. La luna se esconde entre las nubes y apenas algunas constelaciones, deseosas
de mostrarse, alumbran el cielo. Hay una mochila al lado de la puerta
principal. Una sombra que se mueve hacia el interruptor. La luz se enciende.
Sos vos. ¿Estás seguro de que querés que este sea el desenlace? ¿Realmente sos
capaz?
-
¡Sí, me voy! –agarrás la mochila y cerrás la
puerta.
De: Maximiliano Braslavsky, Con un monstruo en la valija IV (Lectura de poesía y narrativa)